Partiendo de las posibilidades de la «estética relacional» de Nicolas Bourriaud, en este artículo se examinan las transformaciones del arte escénico del siglo XX como efecto de la irrupción de los nuevos medios y tecnologías de la comunicación y la búsqueda de su especificidad. Frente a la lógica inicial de la confrontación con los procedimientos mediáticos, el teatro después ha optado por la imitación y la contaminación. Tras revisar brevemente la amplia fenomenología de los tecnoteatros como expresión de los lenguajes emergentes de la era digital, se señala la relevante incidencia de lo que Erika Fischer Lichte ha denominado «el giro performativo”.