En el artículo de Marcos Ordoñez se realiza un elogio, en forma de enumeración, de diversas series, en particular aquellas que han configurado el paradigma por el cual este formato ha pasado a ser una parte fundamental de la cultura contemporánea: algunas ya consideradas clásicas, como Los soprano; otras de moda por cuestiones extradiegéticas de actualidad, como Juego de Tronos; también las de última hora como Better Call Saul, del mismo creador de Breaking Bad, que también se nombra; incluso aparece citada con honor la española El ministerio del tiempo. Carrasco elogia la capacidad de estas series y otras del mismo tipo, al margen de su argumento o realización, para convocar recursos, referencias, temas y rasgos estilísticos de cualesquiera formas narrativas que se hayan producido, bien de forma directa o explícita, mediante referencias concretas, o bien como influencia difusa pero reconocible.
La novedad radica (y el autor sabe verlo) en que ya no se trata de procesos de adaptación o de homenaje donde hay una obra de partida y una de llegada, sino de productos a través de los que estas influencias, referencias, usos, fluyen y se proyectan. Series que evocan películas sin constituir una traslación de éstas, y que servirán para inspirar cómics que no tienen por qué ser una continuación de aquéllas (o quizá sí), pero que en cualquier caso participan de su naturaleza… En Los Soprano habla de la presencia de la saga de El Padrino, pero también de la obra de no ficción de Gay Talese. O, en el caso de El ministerio del tiempo, de referencias más o menos explícitas que van desde La torre de los siete jorobados de Neville, a Mortadelo y Filemón o el capitán Alatriste.
Si bien el artículo no se refiere a un planteamiento de carácter transmedial en sentido estricto (aunque algunas de estas series sí hayan desarrollado formas de transmedialidad narrativa explícita), de éste emerge la idea, que sí creo fundamental para comprender el fenómeno transmedia, de lo que podríamos denominar narración pura. Una narración, de ficción o no —relato, originariamente, quiere decir relación, en referencia a unos hechos, no necesariamente ficticios—, no ya desgajada del lenguaje escrito sino directamente desgajada de cualquier medio. Cuenta la narración, el relato. Ordóñez dice: “Me parece que somos unos cuantos los que necesitamos narraciones como agua de mayo: escritas, representadas y filmadas. Y me encanta cuando confluyen y se fusionan los tres negociados.” Esto mismo lo comprendí antes de leer este artículo cuando me di cuenta de que mis alumnos (nuestros alumnos nos enseñan mucho si estamos dispuestos a escuchar lo que nos dicen incluso sin querer, cuando no nos están hablando a nosotros) no se planteaban, como yo habría hecho en su momento, si las películas de Harry Potter eran mejores o peores que los libros, fieles a ellos o no: para ellos, de manera natural, son la misma cosa, no hay relación ancilar o de dependencia: forman parte del mismo fluido, y correrán ansiosos a cualquier formato que les revele nuevos aspectos de la narración mimética que les está interesando. El relato ya no es escrito, oral o filmado, es simplemente relato, dispuesto a circular a través de esos medios e ir encarnándose en ellos.
Ortega, tan perspicaz siempre, se plantea (¡en 1925!), en Ideas sobre la novela, el porqué del éxito de estas “películas americanas, con una larga serie de capítulos o, como dice el nuevo y absurdo burgués español de ‘episodios’” (es decir, de las series que se emitían en el formato cinematográfico). Y concluye que, como las novelas modernas, su éxito radica en un efecto de saturación: “entonces nos complacemos al sentirnos impregnados y como saturados de ellos y de su ambiente”. El transmedia lleva a su paroxismo la impresión de Ortega, porque la cualidad de impregnación, “retardataria” o “mororsa”, que origina el saberse inmerso en una ficción trasciende los medios y se vuelve total.