Personas editoras invitadas:
Barbara Zecchi, Mario de la Torre-Espinosa y Francisco Javier Gómez-Pérez
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El desarrollo de las tecnologías de la información y comunicación fue visto como una oportunidad única para que la ciudadanía pudiese incorporarse de forma plena a la sociedad digital o sociedad-red (Castells, 2006). De esta forma parecían habilitarse las herramientas necesarias para eludir las barreras de participación activa que tradicionalmente se habían ido imponiendo sobre determinados grupos sociales. Conceptos como el de prosumer de Alvin Toffler (1980) o el de emirec de Jean Cloutier (1973) dieron buena cuenta de un cambio de paradigma que para los tecnófilos significaba una oportunidad única para la constitución de una sociedad más democrática fruto de los cambios producidos en la cibercultura (Sánchez-Mesa, 2004). El año 2011, con movimientos populares como la Primavera Árabe o el Occupy Wall Street, dio buena cuenta de la incorporación de la ciudadanía al gobierno de sus sociedades, ahora al mando de los medios gracias a la autocomunicación de masas (Castells, 2009).
Es lo que sucedería en octubre de 2017 con el movimiento #MeToo, que se constituiría en el germen de la cuarta ola del movimiento feminista, demostrando las posibilidades de habilitar un nuevo rumbo que partiese del ámbito digital en pos de una igualdad real. De la misma manera ocurrió con la irrupción del movimiento LGBTIQ+, que comenzó a forjar comunidades virtuales (Pullen, 2012) que, a su vez, se convertirían en un nicho de mercado para las empresas del sector audiovisual (Himberg, 2017). Los catálogos de las plataformas de streaming han incluido así producciones que dan buena cuenta de un cambio de recepción de la igualdad de las mujeres y de la diversidad sexual en ciertos contextos culturales.
Pero, igualmente, esta situación generó un peligro para el cambio, cuando otros grupos sociales comenzaron a usar las mismas redes para revertir estos avances y volver a un estado previo. Es cuando la “manosfera” (Delgado-Ontivero y Sánchez-Sicilia, 2023) comenzó a desarrollarse como una realidad que emplearía estrategias que vendrían a aprovechar el potencial de persuasión en la ambigua línea entre la ficción y la no ficción para elaborar relatos que atacaban al feminismo o al activismo LGBTIQ+ como movimientos sociales, cuando no a las mujeres o a las personas cisheterodivergentes gracias a estrategias como las fake news o el deep fake.
El uso, y abuso, de formas que interpelan a la población desde una perspectiva emocional han acabado por ser recurrentes entre ciertos sectores poblacionales, opacando el pensamiento crítico a favor de una inmediatez muy efectiva. Gracias a los prejuicios que siguen existiendo, el machismo y la lgbtifobia se ven reforzadas por discursos emanados por productos audiovisuales de ficción y de no ficción, cuyas fronteras se van difuminando cada vez más.
Desde el ámbito académico se hace urgente identificar y analizar los contenidos con perspectiva de género que se han producido en la última década, y para ello debe procederse desde una perspectiva crítica para estudiar tanto la presencia como la ausencia de materiales de estas características. El objetivo es alertar acerca de los peligros que entrañan la indistinción en la frontera entre la ficción y la no ficción, desde una perspectiva de género, de tal manera que la manipulación no llegue a producirse de forma libre.
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